domingo, 4 de octubre de 2009

La noche del cambio

Prefacio:

Hay mucha gente que piensa que el alma no existe. Yo era una de ellas. Y ahora rememoro todos los errores de mi vida, mientras veo aquella cosa maloliente que palpita en las manos de mi tentador.

Capítulo 1: El Atardecer

Ella era diferente a mí, muy diferente. Esos anteojos gruesos y ese pelo todo enmarañado no podían comparase con mis ojos verdes y con mi pelo rubio lacio. Ese fue el motivo por el que la empujé, porque quiso estar a mi altura. Esas chirusas no saben a donde pertenecen. Cuando empujé a Alicia, mis amigas se rieron conmigo.

- ¡Bien hecho Mica! – me dijo Rosa. Jessica y Victoria no podían parar de reír. Eso era obvio, ellas debían reírse cuando yo hago algo gracioso, todos saben que es así.

- ¡MICAELA RODRÍGUEZ! – me gritó el preceptor, que había surgido de algún punto del patio, como siempre. Le tendió la mano a Alicia, la ayudó a levantarse y a tomar todos los libros que estaban desparramados por el suelo, que llevaba en la mano como muy cerebrito que es.

- No me llame por mi nombre completo, soy Mica – le respondí, rebajándolo. Que lástima, era lindo, pero defensor de los pobres y casado con hijos. Me dí vuelta mientras ayudaba a Alicia a volverse a levantar ya que esta se había caído otra vez y eso había sido producto de numerosas risas por parte de mis amigas. Le tendí mi mochila a Rosa para que me la llevara y me dirigí a la salida del cole. Hoy iba a ver a mi novio y quería llegar temprano.

Paré un taxi y Rosa me dio mis cosas, yo cerré la puerta sin siquiera saludarla. Le dije la dirección al conductor y miré por la ventanilla. Me puse a pensar en los últimos días que había estado con él. Las cosas no marchaban bien. Habíamos sido novios desde la primaria y éramos inseparables. O eso creía. Desde empecé la secundaria en el cole nuevo, él siempre me dice que cambié, que soy diferente. Yo no lo veo así. Simplemente, ascendí de rango.

Me bajé del vehículo y toqué el timbre en la casa de mi novio. Él abrió y no se sorprendió al verme.

- ¡Emi! – lo saludé, tirándome a sus brazos. Su nombre es Emilio, pero como ese nombre no me gusta, yo le digo Emi.

- Mica – dijo, sin ningún entusiasmo en la voz - ¿Podemos hablar?

Oh, no. Temía escuchar esa frase, pero sabía que en algún momento ocurriría. Aunque sabía lo que eso significaba, lo seguí hasta su habitación. Nos sentamos en su cama.

- Mica, vos sabés que yo te quiero, pero siento que esto no funciona, bueno, no desde que te cambiaste de colegio… Estás realmente cambiada, vos no sos la Mica que yo conocí.

- ¿Estás terminando conmigo? – le pregunté, lisa y llanamente. Él me miró a los ojos y luego bajó la mirada.

- Sí, por lo menos, hasta que no vuelvas a ser la misma de antes.

Me levanté de un brinco y le dije:

- Bueno, entonces es todo, soy así y no voy a cambiar solamente por un chico más.

Emi también se levantó.

- ¿Así que eso fui para vos? ¿Sólo un chico más?

- ¡Sí, eso fuiste! – le grité. Estaba que reventaba.

- Te voy a decir lo que sos vos, tal vez no te guste, pero ya es tiempo que alguien te ponga los puntos sobre las i. Sos una chiquita caprichosa, que se produce y maquilla sólo para caerle bien a los idiotas de ese colegio. Llegó el momento de que te des cuenta. Tus amigas, no son tus amigas y no sé como no te das cuenta todavía de eso.

Le pegué una cachetada y salí de su casa. No iba a llorar, yo no lloro porque llorar es de débiles.

Seguí caminando hasta la avenida, mientras el atardecer teñía a la cuidad de naranja.

Capítulo 2: La noche sin luna.

- ¡¿Emi cortó con vos?! Imposible – me dijo Victoria.

- En realidad, yo corté con él – le respondí. Tenía toda la historia armada. No iba a admitir que él me había cortado a - No sabe de lo que se pierde.

- Eso es verdad. Seguro que ahora vas a tener un montón de pretendientes – dijo Rosa, mientras me guiñaba un ojo. Eso era verdad, ahora podía elegir entre tantos chicos que estaban esperando el día que cortara con mi novio. Eso sí, debía de ser lindo, porque sino, no es candidato para mí.

- Esta tarde tengamos una salida de chicas – propuso Jessica. Apenas lo dijo, Rosa y Victoria se le unieron. La verdad, es que no tenía ánimos para salir, pero era la mejor manera de olvidarme de Emi, así que acepté.

Una vez en casa, abrí mi ropero para elegir la ropa que me pondría esa tarde. Empecé a probar conjuntos, pero nada me complacía. Al final, después de haberme probado un montón de ropa, grité:

- ¡Mamá! ¡No tengo nada para ponerme!

- ¿Cómo que no? La semana pasada te compré un conjunto precioso –

- Esa ropa está pasada de moda, no me gusta – le repliqué. Ella me miró, dolida, y luego su expresión se convirtió en enojo.

- Bueno, ponete lo que tengas, porque yo no voy a seguir gastando plata en ropa y zapatillas de marca cuando tenes un ropero lleno sólo para vos. Por lo menos podrías sacar la ropa que no uses y regalársela a los pobres.

- ¡No! Ni borracha le regalo mi ropa a esos mugrosos.

- ¡No te permito que hables así! ¿Desde cuando le decís mugrosos a las personas indigentes?

- ¡Desde siempre!

-¡Antes no eras así y…!

- No digas que estoy cambiada porque eso ya me lo dijeron – la interrumpí – Y no es verdad, ¡yo siempre fui así!

Le cerré la puerta en la cara y me tiré en mi cama. Oh, no. Otra vez las ganas de llorar. No le iba a dar con el gusto, no a esa guacha que se hace llamar mi mamá, así que prendí mi equipo de música y le subí el volumen. Me tiré en la cama y cerré los ojos.

Me desperté con el sonido del celular. Lo prendí y vi que tenía como diez mensajes de Jessica, Victoria y Rosa.

Mica: ya llegamos. Te estamos esperando.

Jess

Mica: ¿dónde estás? Hace media hora que estamos acá

Rosa

Mica: no sé si tendrás roto el celular o cualquier otra cosa, pero nosotras nos vamos.

Victoria.

Esos eran algunos de los mensajes.

Perfecto. Me había quedado dormida y había dejado plantadas a las chicas. La verdad, ¿qué importa?, ellas son sólo unas más. Miré la hora, eran las doce y media de la noche. Qué extraño, cuando me quedé dormida eran las doce del mediodía, yo nunca duermo tanto. No había luz afuera, así que prendí una lámpara, pero se había cortado la luz.

- ¿Mamá? – nadie respondió. Cuando me estaba a punto de levantar para ir a la cocina, me sonó el celular. La musiquita que indicaba que había recibido un mensaje me sonó extraña en la oscuridad. Tomé mi teléfono y lo prendí:

Estamos llegando.

No sabía de quien era, no estaba firmado. Supuse que era mi mamá que había salido a comprar algo y todavía no había vuelto, pero no a esa hora.

En ese momento, sentí un pequeño golpeteo en la pared de mi pieza. Ese golpeteo se fue haciendo cada ve más fuerte y más, y más, hasta que resultó ensordecedor. Me tapé los oídos y me acurruqué en un rincón. La pared de donde provenían los ruidos se empezó a resquebrajar hasta que se rompió.

Lo que vi detrás no lo esperaba. Era un pequeño prado, con unos cuántos árboles verdes.

Todo estaba muy oscuro, ya que hoy, era luna nueva.

Capítulo 3: El Eclipse

Me asomé lentamente por el hueco que había en la pared. El golpeteo había pasado y ahora todo era silencio. Me temblaban las piernas, pero lo mismo seguí. Cuando salí afuera, me agaché para tocar el pasto. Debía saber si eso era verdadero, si no estaba soñando, pero el césped era al tacto, igual al que había en mi patio. Probé con pellizcarme, pero lo mismo sentí el dolor en mi brazo. No tenía ninguna explicación racional para lo que estaba viendo, no lo podía entender. Tenía ganas de volver a mi pieza y meterme entre las sábanas, pero cuando me dí vuelta, ésta había desaparecido.

Me desesperé, salí corriendo hacia cualquier dirección, clamando por ayuda, pero nadie acudía. ¿Dónde estaba? ¿Qué es todo esto? Esas preguntas rondaban por mi cabeza y no podía contestarlas. Cuando me cansé de correr, me tiré al suelo y me acurruqué, tenía miedo, estaba asustada.

En ese momento, una mano de dedos largos y llenos de verrugas, me ayudó a levantarme. Me dio asco. Al tacto era seca y sus uñas largas me lastimaron. Cuando vi a la persona que me había tendido su mano, pegué un grito. Una bruja, o al menos, eso fue lo primero que pensé. Tenía una nariz larga y estaba llena de arrugas. Sus cabellos blancos estaban despeinados e iba vestida con unos harapos negros.

- No tengas miedo – me dijo con una voz rasposa, pero que parecía maternal – Ya estás a salvo conmigo.

- Lo si-si-siento, estoy perdida, ¿me podría decir en dónde me encuentro? – le pregunté con voz temblorosa.

- Estás a las afueras de Boca del Lobo, ¿quieres pasar la noche en mi casa? No creo que encuentres el camino de vuelta a la tuya de noche.

No sabía si aceptar o no. Por un lado, ella tenía razón, pero por el otro, no sabía nada de ella. No sabía si era peligrosa o no. Tenía frío y hambre, así que decidí aceptar su invitación, aunque sea, por esa noche.

- Me alegro de que aceptaras – me respondió, luego de que le dí a conocer mi respuesta – Mi nombre es Ema.

Me guió por la intensa oscuridad, hasta que pude distinguir un grupito de casas muy humildes. No había luz eléctrica, sólo pequeñas velas en los alfeizares de las ventanas. Pasamos unas cuantas cuadras, hasta que llegamos al hogar de Ema. Era una pequeña casita de techo de chapa y las paredes estaban recubiertas con lona.

La señora entró y yo me quedé ahí, mirando con cara de asco.

- Vamos, entra – me dijo.

- Ni loca entro en esa choza – le respondí. Ella no hizo otra cosa más que sonreír, a tal punto que me asustaba.

- Bien, duerme afuera, total a mí no me produce ningún mal – y dicho esto, cerró la puerta, si es que se le puede llamar puerta a una cortina.

Caminé por la calle buscando una casa decente para pedir albergue, pero todas eran al estilo de la de Ema. Al final, estaba tan agotada que me senté en un banquito que había al final del pueblo. Tenía frío y mucho miedo. No sabía que era todo esto, ni que había pasado con mi casa. Me estaba adormilando mientras pensaba en todo esto. Al final, no sé si será por delirio provocado por el sueño, dije en voz alta:

- ¿Se sentirá así dormir en las calles?

Y me quedé dormida.

A la mañana siguiente, me desperté con las risas de unos chicos. Cuando me levanté, sentí un dolor agudo en el cuello por haber dormido en mala posición. De a poco fui recordando todo lo ocurrido el día anterior y miré a mi alrededor. Seguía estando en Boca del Lobo, sólo que ahora era de día. Me agarré la cabeza y grité. Era la única forma que tenía de desahogarme.

- ¡¿Qué es lo que pasa?! ¡¿Dónde estoy?! ¡¿Qué pasó con mi casa, con mis cosas, con mi familia?!

Unos niños que pasaban por ahí, se echaron a reír y empezaron a burlarse de mí. Entré en cólera y les grité a ellos también.

- ¡¿De qué se ríen mugrosos?! ¡Idiotas, váyanse de acá! –

Los chicos se rieron con más ganas y uno de ellos me empujó.

- ¡No saben con quién se están metiendo! ¡Soy Micaela Rodríguez! – seguí gritándoles. Pero no tenía nada de efecto en ellos, al parecer, ya no tenía autoridad. Quería salir corriendo y lo hice, pero mientras andaba pensé para mis adentros “¿Esto era lo que Alicia sentía cuando yo la molestaba?” Y me sentí muy mal.

Seguí caminando por el pueblo, tenía mucha hambre y sed. Por el camino me encontré con Ema. Ella me reconoció y me dedicó una sonrisa. A la luz del sol, no parecía tan fea, así que le devolví la sonrisa, pero al mismo tiempo me rugió el estómago y ella lo escuchó.

- Te debes estar muriendo de hambre – me dijo. Yo asentí lentamente con la cabeza – Vamos a mi casa a comer algo.

Esta vez la acompañé sin cuestionar y entré a su humilde morada. Me ofreció una silla y me dijo que esperara mientras cocinaba. Mientras Ema estaba en la cocina, miré a mi alrededor. El comedor y la habitación estaban en la misma pieza, por lo que podía ver su cama. Tenía un edredón todo roto y sucio, y encima de una silla, estaba la poca ropa que tenía. Me hizo acordar a mi ropero todo lleno de ropa de marca, pero que para mí no era suficiente. Y me sentí mal.

En ese momento, todo se oscureció. Miré para afuera, y me llevé una gran sorpresa: era de noche. Salí de la casa, y miré al cielo. Allí había una luna, redonda y grande, pero que estaba oscura en una pequeña parte. Un eclipse. Quise llamar a Ema, pero cuando me dí vuelta, allí estaba ella, mirándome fijo. Ya no tenía esa cálida sonrisa suya y tenía los ojos serios.

- ¿Has aprendido algo? – me preguntó. Yo no supe de qué me hablaba.

- ¿De que…? – no pude terminar la pregunta, porque algo horrible estaba pasando.

Ema estaba sufriendo una espantosa transformación. Sus brazos y piernas se alargaron mientras se hacían cada vez más fuertes y musculosas. Su cabeza se deformó y le salieron dos cuernos. Su nariz se alargó y dejó de ser aquella frágil ancianita. Al final, de algún punto de su cuerpo empezó a salir un tinte rojo que se empezó a desparramar como la tinta, mientras la cubría completamente.

Me cubrí los ojos con las manos para no mirar, pero la curiosidad pudo más. Me hallaba frente a alguien que nunca creí que existiera. Temblé de pies a cabeza cuando los ojos inyectados en sangre de Satanás me miraron. En su cabeza lucía una corona de fuego, entre sus dos cuernos.

- ¿Has aprendido algo? – me preguntó con una voz potente y dura. Me quedé paralizada, no podía moverme. Él se acercó a mí y metió la mano en mi pecho. Sentí un dolor agudo y no pude reprimir un grito. Me había traspasado y ahora hurgaba dentro de mí. Al final, sacó algo. Un objeto con forma de piedra, sostenía el diablo. Aquella cosa estaba cubierta por un líquido negro y sucio. Su hedor me llegó, pero no hice nada, no sentía nada. Aquella cosa maloliente palpitó y lo comprendí. Aquella cosa era mi corazón y el líquido que lo cubría era mi alma. Por eso no podía sentir nada, porque me había quitado el alma.

Satanás volvió a poner mi alma en su lugar y pude sentir. Sentí dolor, no físico, sino emocional. Y lloré.

- ¿Has aprendido algo? – volvió a preguntarme. Yo asentí, mientras me cubría los ojos bañados en lágrimas. Se sentía bien llorar, me sentía liberada, y seguí llorando, tanto, que no noté la oscuridad reinante por el eclipse total que tapaba a la luna.

Capítulo 4: El Amanecer.

Me desperté llorando. La almohada estaba toda mojada, pero a pesar de todas las lágrimas derramadas, sentí una gran alegría. Aún tenía tiempo de cambiar. Hoy era otro día.

Abrí las ventanas y miré el amanecer que iba iluminando de a poco toda la ciudad, y borrando todo vestigio de oscuridad. Sonreí, hoy era otro día de escuela. Me vestí sin producirme mucho y salí corriendo a la cocina. Le preparé el desayuno a mi mamá y se lo llevé a la cama. Era tan hermosa durmiendo, nunca lo había notado, así que no la quise despertar y le dejé la bandeja en la mesita de luz.

Tomé el desayuno y sentí el bocinazo del transporte que siempre me venía a buscar. Me paré y repasé los planes que tenía para todo el día. Le pediría perdón a Alicia e invitaría a las chicas a juntarse conmigo. Juntaría la ropa que me sobraba y se la daría a una iglesia. Y lo mejor venía para el final. Visitaría a Emi y me reconciliaría con él.

No sabía si el día me alcanzaría, pero ahora tenía todo el tiempo del mundo para arreglar mis errores.

Y sonreí, mientras caminaba mirando el amanecer.

Maia Fernández

2 comentarios:

Blog de 4º dijo...

Muy buen relato Maia...no es difícil identificarse con algunos elementos del mismo. Saludos, el profe

Flor-Hatsu dijo...

Me encanto! n.n

Flor Saravia