miércoles, 15 de julio de 2009

Princesa por una noche

Yo nunca creí en los cuentos de hadas, pero hubo una noche en que me convertí en princesa para pasar el mejor momento de mi vida. Había estado esperandolo por mucho tiempo, soñando como sería, organizando todo para que saliera perfecto, pero siempre lo veía lejano, muy lejano. El día anterior, no podía caer en cuenta que el momento había llegado. Todo el mundo me preguntaba si estaba nerviosa, pero yo no sabía que decirles, porque en realidad estaba aterrada; tenía miedo de que algo saliera mal y arruinara todo. Me desperté esa mañana y no sabía que hacer. No quedaba nada para preparar así que me quedé mirando tele, tratando de relajarme y no pensar que esa noche iba a ser toda para mí. Pero el tiempo se pasó volando y cuando me quise dar cuenta ya estaba sufriendo los tirones que el peluquero le hacía a mi pelo para que quedara enrulado. Cuando me colocó la tiara, me sentí importante y al mismo tiempo mi miedo aumentó. Luego, mi mamá me llevó a la maquilladora, que me trataba como si estuviera jugando a pintar a las muñecas, pero hizo un trabajo perfecto. Llegué a mi casa, y me puse el vestido. Cuando la seda rozó mis brazos y piernas, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me miré al espejo, y no podía creer que esa persona que se reflejaba era yo, me sentía feliz, me sentía como una princesa. Mis hermanos y mi papá, que estaban todos vestidos de traje y corbata, cuando me vieron, no paraban de balbusear alagos. El fotógrafo también estaba allí, ya que teníamos que ir al Paseo del Buen Pastor a sacar algunas fotos. Hacía un frío tremendo que yo apenas podía aguantar. Trataba de no temblar para que las fotos no salieran tan movidas pero era imposible. Cuando al fin terminamos, nos dirigimos al salón. Yo seguía temblando, pero ya no sabía si era de frío o de nervios. Abrieron las puertas y entré, pero me quedé congelada. Todo le mundo aplaudía y me miraba. El DJ puso la canción que yo había elegido; se me armó un nudo en la garganta cuando mi papá me entregó una rosa y me abrazó. Pero yo no quería llorar y aunque las lágrmas caían por mis mejillas sonrojadas de la emoción, seguía repitiendome para mi misma "no voy a llorar, no voy a llorar" El resto de la noche se me pasó volando; bailé el vals, entregué las velas, las chicas sacaron las cintintas, corté la torta y bailé toda la noche, y cuando me quise dar cuenta, ya estaba en mi casa. La noche de cuento de hadas se había acabado, pero en mi corazón quedó el recuerdo de todas las personas que me amaban y que de una forma u otra, lograron que esa noche fuera la mejor de mi vida. Maia Fernández

1 comentario:

Blog de 4º dijo...

Sin duda esas cosas no se olvidan...muy buen relato Maia.
Saludos, el profe.